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El buque se hace a la mar
Texto
Viaje por mar
J. – ¡Hombre, Sandoval! ¡Dichosos los ojos! Ya te echábamos de menos.
S. – Es que he tenido la mar de cosas que hacer.
C. – Pues llega usted muy a punto, amigo Sandoval. Precisamente estábamos discutiendo Jorge y yo si debíamos regresar a Europa en barco o en avión.
J. – Yo soy partidario decidido del avión por ser más rápido y más cómodo.
C. – No soy de tu opinión. Yo preferiría que fuéramos en vapor por mil razones. Los trasatlánticos modernos son tan confortables que es un placer viajar en ellos. ¿Qué le parece a usted, Sandoval?
S. – ¿Qué quiere usted que le diga? Quizás tenga usted razón, siempre y cuando no se desencadene una tempestad y no haya marejada.
J. – Y a condición de que no se hunda el barco, desde luego ... Bueno, es que Clarita sabe que si ocurre un naufragio y el barco se va a pique, los pasajeros disponen de botes de salvamento y no hay peligro de que se ahoguen.
C. – Déjate de bromas, Jorge. Tú hablas del avión como si nada hubiera mejor y a todos le agradara. Yo lo soporto mal, mientras en barco no me mareo por mucha marejada que haya. Confieso que no me hacen gracia los viajes en avión por confortables y seguros que sean.
J. – Eso es harina de otro costal, y si le aňades que eres algo miedosa, entonces...
S. – ¡Pero, hombre, no te metas con Clarita! ¿Qué más te da? Si tuvierais prisa, sería otra cosa. Yo he hecho la travesía en motonaves y en trasatlánticos que desplazan más de 60.000 toneladas. Son buques que navegan a gran velocidad, creo que a unas 27 millas por hora y sin que se note apenas cuando el mar está agitado, por fuertes que sean las olas.
C. – Además, la travesía ahora dura poco y pasa uno el tiempo muy entretenido.
S. – Es verdad, hay mil maneras de divertirse: se puede jugar a diferentes juegos, hay piscinas, salones de baile, de escritura, de proyecciones, bares donde se encuentran las bebidas más exquisitas, en fin, ¿qué sé yo? Mil pasatiempos para que el pasajero no se aburra. De modo que ...
J. – No, si yo no me niego a hacer el viaje por mar ... Vas a acabar por convencerme.
S. – Incluso por galantería deberías complacer a Clarita.
J. – No hay más que hablar. ¡He fracasado! Me rindo sin condiciones y renuncio al viaje en avión.
Diálogos
A bordo del barco
Empleado. – Por aquí para el vapor de Génova. Preparen sus pasaportes, tengan la bondad ... Sí, pueden subir a cubierta ... ¿Los camarotes de lujo? ¿Qué número? ¿El 103? Por ahi, a la derecha.
C. – (en el camarote) El camarote es espléndido y con saloncito y todo. ¡Lástima que el viaje dure sólo catorce días!
J. – ¿Te parece poco?
C. – ¿Ves? Ya te lo decía yo, tiene camas y no literas, y en vez de portillas, grandes ventanas como en los trenes. ¡Qué buque más hermoso! En cuanto leve anlcas voy a recorrerlo de proa a popa.
J. – ¡Pareces una chuquilla! Anda, vamos a despedirnos de Sandoval que nos está aguardando. En cuanto suene la sirena, tendrá que bajar de a bordo.
El buque se hace a la mar
S. – Clarita, que tengan ustedes muy buena travesía. Jorge, un abrazo, y hasta pronto. No dejes de escribir. Feliz viaje ...
(Clara y Jorge, apoyados en la barandilla, dicen adiós con la mano a Sandoval).
C. – ¿Sabes que siento marcharme de Buenos Aires? Le he tomado cariňo en el aňo y pico que hemos pasado aquí.
J. – Y yo también. ¡Es una ciudad tan bella!
C. – Mira, ya han retirado la escala. El buque va a desatracar.
J. – Sí, ya está soltando las amarras ... Fíjate, los remolcadores ayudan al buque a salir de la dársena. Ya nos alejamos del embarcadero.
C. – ¡Qué puerto más hermoso! ¡Mira cuántos barcos mercantes!
J. – Y ahí tienes algunos buques de guerra: un crucero, dos acorazados, un torpedero y dos submarinos. Debe ser parte de la escuadra ...
C. – Oye, ¿qué día llegamos a Lisboa?
J. – El 14 por la tarde. Hacemos escala en Río de Janeiro, en las Canarias y en otros puertos que no recuerdo.
C. – Ya verás como el viaje será tan entretenido que antes de que nos demos cuenta, habrá echado el ancla el “Augustus” y estaremos desembarcando ...