Здавалка
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A) Lee y traduce el texto.



Es un fragmento de la novela "El hombre que compró un automóvil" del fa­moso escritor humorístico español Wenceslao Fernández y Flórez (1886—1964.

- Garcés, necesito comprar un "auto" - fueron mis primeras pa­labras.

- Tu decisión de comprar un automóvil me parece plausible, y te honra mucho el haberla adoptado. Los automóviles son ... las piernas de los hombres modernos. Si no tienes un coche no eres nadie. ¿No te da vergüenza ser un pobre peatón?

- Sí, a veces me da vergüenza - gemí.

- Desde luego, te falta algo para ser un hombre de tu tiempo. Com­plétate con un "auto".

- Temo únicamente la ruina - murmuré - . Mi dinero es escaso. Debió de costarte tu coche una fortuna.

Garcés me miró.

- ¿Cómo una fortuna? Ni un céntimo. Sí, no es malo el coche. Pero mañana saldré en otro mejor.

- ¿Tienes muchos?

- Tengo muchísimos. Tengo todos los coches de todas las marcas.

- Pero eso valdrá una millonada, Garcés.

- Afortunadamente - dijo con aire de lástima, dando una palmadita en mi rodilla -, has tropezado conmigo, que soy un buen guía en estas cuestiones y te puedo informar. Hay que desear siempre com­prar un coche, pero no debe comprarse nunca, y ésta es la manera de te­nerlos todos.

- No me explico...

- Este automóvil no me pertenece. El de ayer tampoco. Ni el de mañana. Son carruajes de prueba. Yo digo a las casas vendedoras: "Quie­ro comprar uno de sus coches; probémoslo". Y el agente me pasea en sus mejores aparatos. Hoy es un "cupé", mañana un "roadster", después un "siete asientos" ... Cuando he agotado todos los modelos de una casa, voy a otra y repito: ''Quiero comprar uno de sus coches; probémoslo". Y me va muy bien ... Puedo invitar a algún amigo, los agentes me pa­gan el aperitivo y me convidan a merendar. Soy feliz y mis gastos se han reducido mucho. Cuando haya recorrido todas las marcas, comenzaré con los particulares qué desean vender sus coches. ¿Qué te parece?

- Estoy deslumhrado, Garcés. Es un hallazgo ese sistema.

- ¡Pch! No está mal. Y se adquieren muchas relaciones.

El joven que guiaba el "auto" descorrió el cristal que nos separaba de él y gritó hacia el interior del coche:

- ¿Se fija usted en la suavidad de los muelles?

Garcés meditó un poco.

- Sí - dijo al fin - estoy muy contento de la suavidad de los mue­lles.

- Acabamos de pasar un bache, profundo como un pozo - insis­tió el joven - . ¿Lo ha sentido usted?

- No, no he sentido el bache - gritó mi amigo.

- Es el mejor coche del mundo - alabó el otro.

- Sin duda, sin duda - respondió Garcés con aire preocupado - . Pero he notado en él una cosa extraña...

- ¿Qué?

- ¡Oh! ¡nada que valga la pena de decirse!

- Hable usted...

- Pues que..., la verdad, no sé cómo explicármelo, pero a la media hora de estar aquí, dentro, comencé a sentir unos deseos de...

- ¿Deseos de qué?

- De ... ¡figúrese! ..., de comer unas raciones de jamón de York. Es curioso, ¿eh?

- ¡Ah! - exclamó con júbilo el joven del volante - . Es que nada hay que abra tanto el apetito como un paseo en un buen coche. Es una de las ventajas de nuestro doble faetón.

Entonces, el representante nos convidó a merendar. Y una hora des­pués Garcés me hizo llevar en el espléndido coche hasta la puerta de mi casa.







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