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A) Lee y traduce el texto.



Es un fragmento de la famosa novela "El único camino" del muy bien conocido escritor uruguayo Alfredo Gravina, cuyas obras están dedicadas a la vida de la ciudad y del campo uruguayos, a la lucha por un porvenir libre e independiente. En el fragmento se trata de un hombre así, un tal Nepo Correa, guarda de un ómnibus montevideano.

Nepo Correa saludó con el brazo a Quintín mientras el ómnibus avan­zaba pesadamente, a un lado el moderno rascacielos de la Aduana, al otro la sucesión de viejos inmuebles ocupados por cafetines, bodegones, inquilinatos. Viró para subir por Pérez Castellano.

El ómnibus, mientras Nepo Correa marca el destino en los boletos con un lápiz azul, sigue su marcha, atraviesa el corazón de la Ciudad Vie­ja: casas importadoras, bancos, empresas telegráficas, oficinas, cha­pas y más chapas, viejos caserones sombríos y alegres edificios modernos con la fachada de cristal.

Luego, por la estrecha Buenos Aires, seguido y precedido por otros coches, carga gente en cada parada, de suerte que cuando llega a la Pla­za Independencia todos los asientos están ocupados. A poco, al enfilar por la avenida 18 de Julio, Nepo comienza:

- Más adelante, señores, más adelante.

El ómnibus se llena. Carga cuarenta, cincuenta pasajeros de pie, uno contra el otro, apiñados.

- ¡Corriéndose, corriéndose! ¡A ver, señorita, la de verde, ahí! ¡Co­rriéndose!

Empujada por la potencia del gerundio, ese dinámico hijo del idio­ma, la señorita de verde se corre, deja un pequeño hueco y, antes de que nadie respire hondo, Nepo, con el gorro ladeado a causa de los ro­ces y estrujones, exige:

- ¡Pasando! ¡Pasando adelante! ¡De a dos en el pasillo! - y re­llena los huecos.

Hay gente que, aturdida, vacila al bajar, vacila al subir, hace atra­sar el coche y allá en el volante García rezonga entre dientes. Nepo apu­ra:

- ¡Bajando! Bueno, ¡subiendo ahora! ¡Pasando!

Recibe pisotones, codazos, estrujones, reclamos, con la paciencia de un santo.

- ¡Guarda! ¿Por qué no hizo parar el coche? ¿Qué se cree?

- Me avisó tarde, señor. Yo hice la señal, pero el conductor no pa­ró. Hay que avisar con tiempo.

- ¿Qué quiere? ¿Que le avise media hora antes?

- No tanto, señor.

- ¿Me quiere agarrar de bobo ahora? ¡Aprenda a respetar, pedazo de un mal educado!

Hay muchos de estos quisquillosos. Nepo los conoce bien. Son ti­pos intoxicados, llenos de viento, que se erizan por nada y gustan de pontificar en público. Hacen buena yunta con las señoras que viajan con cara de asco, nariz fruncida, temerosas del menor roce. En la gale­ría de indeseables de Nepo figuran después los jovenzuelos prepotentes que ocupan su asiento y la mitad del de su vecino; éstos suelen cruzar la pierna expansionándose groseramente, ceden de mala gana el espa­cio que ocupan demás y son incapaces de brindar su asiento a una per­sona anciana o a una mujer con un niño en brazos. Buenos pasajeros, sea cual fuere su condición social, su edad o sexo, son los lectores de no­velas policiales y de aventuras. Responden automáticamente a las voces del guarda, no protestan jamás, van enfrascados en la lectura. Oh, Nepo, ha aprendido a conocer a la gente.

- ¡Pasando! ¡Corriéndose a la izquierda! ¿Tiene boleto, señora? Bien. ¡Pasando!

Y así un día y otro, un año y otro, invierno y verano. Disputas, in­cidentes, multas, protestas. Hay que cuidar la vida de los que van col­gados, sacarlos adentro, ayudar a los viejos e inválidos, a las mujeres con niños. A pesar de los estrujones y apreturas, a pesar de las mil molestias, no es malo llevar a la gente al trabajo, al hogar, a la cita de amor, a las diversiones, a los espectáculos. Sólo que es duro, siempre de pie, casi sin descanso en las terminales.

- ¡De a dos en el pasillo! ¡Pasando!

El ómnibus sigue rodando con su carga humana, bajo el esplendoro­so sol de este día que presagia la próxima primavera. Por la calle la gen­te camina tranquila. Juegan los niños al sol.

... Tal es lo que puede sentir un hombre en un día como éste, sin ex­cluir a Nepo Correa, que concurrió hasta tercer año a la escuela, fue re­partidor de pan, jugó en la cuarta de Nacional, aprendió a bailar el tan­go y ahora es guarda de ómnibus, amo del gerundio, padre de dos hijos pequeños.

Pero Nepo tiene ideas que no le permiten el estilo de felicidad que están dispuestos a aceptar muchos hombres en estos soleados días del invierno subtropical cuando por unas horas se olvida que el techo es ma­lo, la comida escasa, el porvenir incierto...

- ¿No oyó que le chisté? - protesta un pasajero.

- No, señor. Discúlpeme - se aflige Nepo, y tira del cordón con un golpecito verdaderamente maestro.







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