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A) Lee y trata de comprender el texto.



De Valencia a Marsella

Es un capítulo de la obra de Pedro A. de Alarcón "De Madrid a Nápoles", en que el autor cuenta sus impresiones del viaje a Italia hecho por él en los años 1860-1861 y que tiene un interés no sólo literario sino también histórico, puesto que retrata costumbres y modalidades hoy desaparecidas ya.

El día 29 de agosto de 1860 salí de Madrid en el tren correo con di­rección a Valencia, y al día siguiente por la tarde me embarqué en el vapor Phillippe Auguste, que partió a las seis para Marsella.

La sociedad que hallé a bordo, y a la cual pasé revista durante la comida y después de comer, era toda extranjera..., no para el buque, sino para mí. El Phillippe Auguste volvía de Orán, y traía la colección de viajeros más rara que se haya visto jamás reunida. En la cámara de popa venían muchísimos franceses, que, por lo que hablaban, me parecieron ingenieros, comerciantes y oficiales de ejército. Sobre la cubierta ha­cían y comían su rancho unos cien zuavos, curtidos por el sol de Áfri­ca y vestidos de la manera teatral que todos sabéis. En otro lado, callaban y no comían siete mahometanos, vestidos a la tunecina, de aspecto grave. Y, por último, la cámara de proa venía atestada de herma­nas de la Caridad, que se dirigían a cumplir su sagrada misión en los nuevos combates que iban a ensangrentar la Italia.

Toda esta gente formaba pintorescos cuadros, que me traían a la me­moria mi reciente vida de Tetuán, o sea los grandes espectáculos de nuestra guerra de África, terminada pocos meses antes ... Hartado que hu­be de contemplar aquel revoltillo humano, bajé a mi camarote y me dormí tranquilamente, confiando en que el timonel no se dormiría...

La segunda noche de navegación no pude dormir, pues, y la pasé toda sobre cubierta. Allí, apoyado en una banda del buque, veía deslizar­se bajo mis ojos enormes masas de agua, que no despertaban ninguna idea en mi imaginación, y que comparaba a veces, cuando su monoto­nía llegaba a fatigarme, a las turbas de personas desconocidas que en­contramos en los paseos públicos, o a aquellas series de días de nuestra vida, desprovistos de placeres y de dolores, que no nos dejan ningún recuerdo...

Por último: a las diez de la siguiente mañana vimos alzarse por la parte de proa unas rocas amarillentas, que después se fueron enlazando por medio de campiñas verdes o de montecillos azules... Llegábamos a Francia; estábamos a la vista de Marsella.

A las doce penetramos en el bosque de mástiles que puebla siempre su anchuroso puerto. El Phillippe Auguste eligió sitio en medio de aquel laberinto de buques de todas las naciones, y echó el ancla...







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